miércoles, septiembre 22, 2010

citas G Perec



de Un Hombre que duerme


Te sientas en los bancos de las plazas y los jardines, como un jubilado, como un viejo, pero sólo tienes veinticinco años.


*


Caminar incesante, incansable. Caminas como un hombre que carga con unas maletas invisibles, caminas como un hombre que sigue su sombra. Caminar de ciego, de sonámbulo, avanzas con paso mecánico, interminablemente, hasta olvidar que caminas.


*


No desear ya nada. Esperar, hasta que ya no haya nada que esperar. Deambular, dormir. Dejarte llevar por las multitudes, por las calles. Seguir las cunetas, las rejas, el agua a lo largo de las riberas. Caminar por los muelles, rozar las paredes. Perder el tiempo. Salir de todo proyecto, de toda impaciencia. Estar sin deseo, sin despecho, sin rebeldía.


*


La indiferencia disuelve el mensaje, confunde los signos. Eres paciente, y no esperas, eres libre y no escoges, estás disponible y nada te moviliza. No pides nada, no exiges nada, no impones nada. Oyes sin escuchar nunca, ves sin mirar nunca: las grietas de los techos, las tablas de los parquets, el dibujo de los enlosados, las arrugas alrededor de tus ojos, los árboles, el agua, las piedras, los coches que pasan, las nubes que dibujan en el cielo formas de nubes.


*


Ninguna jerarquía, ninguna preferencia. Tu indiferencia es inmutable: hombre gris para quien el gris no evoca gris alguno. No insensible, sino neutro. El agua te atrae tanto como la piedra, la oscuridad tanto como la luz, el calor tanto como el frío. Sólo existe tu marcha, y tu mirada, que se posa y resbala, ignorando lo bello, lo feo, lo familiar, lo sorprendente, sin recordar nunca nada sino combinaciones de formas y de luces que se hacen y deshacen, sin cesar, en todas partes, en tu ojo, en los techos, a tus pies, en el cielo, en tu espejo cuarteado, en el agua, en las piedras, en las multitudes.


*


No te has muerto. No te has vuelto loco.
Los desastres no existen, están en otro lugar. La más pequeña catástrofe quizá hubiera sido suficiente para salvarte: lo hubieras perdido todo, hubieras tenido algo que defender, palabras que decir para convecer, para conmover. Pero ni siquiera estás enfermo. Ni tus días ni tus noches están en peligro. Tus ojos ven, tu mano no tiembla, tu pulso es regular, tu corazón late. Si fueras feo, tu fealdad quizá sería fascinante, pero ni siquiera eres feo, ni jorobado, ni tartamudo, ni manco, ni te han amputado las dos piernas, y ni siquiera cojo.
Ninguna maldición pesa sobre tus espaldas. Eres un monstruo, quizá, pero no un monstruo de los Infiernos.


*


Esto es tu vida. Esto te pertenece. Puedes hacer el inventario exacto de tu escasa fortuna, el balance preciso de tu primer cuarto de siglo. Tienes veinticinco años y veintinueve dientes, tres camisas y ocho calcetines, algunos libros que ya no lees, algunos discos que ya no escuchas. No tienes ganas de acordarte de otra cosa, ni de tu familia, ni de tus estudios, ni de tus amores, ni de tus amigos, ni de tus vacaciones, ni de tus proyectos. Has viajado y no has traído nada de tus viajes. Estás sentado y no quieres más que esperar, sólo esperar hasta que no haya nada que esperar: que llegue la noche, que suenen las horas, que los días pasen, que los recuerdos se borren. No vuelves a ver a tus amigos. No abres la puerta. No bajas a buscar el correo. No devuelves los libros que sacaste de la Biblioteca del Instituto Pedagógico. No escribes a tus padres. Sólo sales a la caída de la noche, como las ratas, los gatos, los monstruos. Deambulas por las calles, te deslizas dentro de los pequeños cines mugrientos de los Grands Boulevards. A veces caminas toda la noche, a veces duermes todo el día.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Bloomesco