El mondo – Juvencio Valle Me ha entrado la fea costumbre de gruñir por todo. Me siento espeso, lleno de barbas ajenas, con pelos en la lengua. Se me hace difícil emitir una sílaba, mi voz rebota en las paredes, vuelve a mí como un peñasco y en mi propio fuego golpea. Me siento inconfortable, me quejo por todo: porque trabajo mucho y como poco, y me levanto todavía de noche y no descanso cuanto quisiera; porque el pan sube de precio y el vino es caro. Se me rompe el alma en los puños, me aprietan los zapatos, la camisa me oprime la garganta y no puedo respirar corno un búfalo. Malhumorado como un cardo a nadie sonrío, constituyo un peligro vivo. Hirsuto, desabrido, receloso y huraño muerdo la blanca mano que me saluda. Para desahogar mis iras me desato en improperios, blasfemo contra las cosas puras, pongo al cielo y a la tierra por testigos de mis terribles juramentos. La boca se me llena de palabras deshonestas. Qué distinto era todo cuando yo tenía veinte años y me paseaba como un petimetre, sonriendo y haciendo venias a todos lados con un clavel en el ojal, riquísimo de vida y amores y los codos sonoros de puro alegres. ¿Y aquellas tumultuosas monedas que me sonaban por todo el cuerpo, espontáneas campanillas que se me caían como gorjeos a cada paso que daba.-’ Qué distintos eran mis días cuando, la mano en el bolsillo, me paseaba por el campo entre las vacas y las florecillas. Protesto contra las ordenanzas del tránsito, enfrento con palabras gruesas a los choferes, insulto a las viejas; la Biblioteca me parece una tumba, sólo de verla se me hiela la sangre. A última hora me ha entrado el violento convencimiento de que me explotan, de que me estrujan y me secan y me están enterrando vivo Entonces riño con mis compañeros, contesto con malos modos a los amables saludos, ofendo a la bondad y la inocencia, y sin oír razones a todo digo que no, que no se puede, que es absolutamente imposible. Nunca ya en mí una sonrisa, un esbozo de flor siquiera; siempre como un rescoldo, murmurando entre dientes, murmurando hasta de doña Elvira. Me produce desagrado reconocerlo: me estoy pareciendo al mondo.
2 comentarios:
El mondo – Juvencio Valle
Me ha entrado la fea costumbre de gruñir por todo.
Me siento espeso,
lleno de barbas ajenas,
con pelos en la lengua.
Se me hace difícil emitir una sílaba,
mi voz rebota en las paredes,
vuelve a mí como un peñasco
y en mi propio fuego golpea.
Me siento inconfortable,
me quejo por todo:
porque trabajo mucho y como poco,
y me levanto todavía de noche
y no descanso cuanto quisiera;
porque el pan sube de precio
y el vino es caro.
Se me rompe el alma en los puños,
me aprietan los zapatos,
la camisa me oprime la garganta
y no puedo respirar corno un búfalo.
Malhumorado como un cardo
a nadie sonrío,
constituyo un peligro vivo.
Hirsuto, desabrido, receloso y huraño
muerdo la blanca mano que me saluda.
Para desahogar mis iras
me desato en improperios,
blasfemo contra las cosas puras,
pongo al cielo y a la tierra por testigos
de mis terribles juramentos.
La boca se me llena de palabras deshonestas.
Qué distinto era todo cuando yo tenía veinte años
y me paseaba como un petimetre,
sonriendo y haciendo venias a todos lados
con un clavel en el ojal,
riquísimo de vida y amores
y los codos sonoros
de puro alegres.
¿Y aquellas tumultuosas monedas que me sonaban por todo el cuerpo, espontáneas campanillas que se me caían como gorjeos a cada paso que daba.-’
Qué distintos eran mis días cuando, la mano en el bolsillo, me paseaba por el campo entre las vacas y las florecillas.
Protesto contra las ordenanzas del tránsito,
enfrento con palabras gruesas a los choferes,
insulto a las viejas;
la Biblioteca me parece una tumba,
sólo de verla se me hiela la sangre.
A última hora
me ha entrado el violento convencimiento de que me explotan,
de que me estrujan y me secan
y me están enterrando vivo Entonces
riño con mis compañeros,
contesto con malos modos a los amables saludos,
ofendo a la bondad y la inocencia,
y sin oír razones
a todo digo que no,
que no se puede,
que es absolutamente imposible.
Nunca ya en mí una sonrisa, un esbozo de flor siquiera; siempre como un rescoldo, murmurando entre dientes, murmurando hasta de doña Elvira.
Me produce desagrado reconocerlo: me estoy pareciendo al mondo.
wenísimo che
uy
no he leído
a Juvencio
Valle
descubro
que me estoy
perdiendo
de algo
bonito
gracias che
bonito regalo
salud! :-)
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