[Como información anterior al texto señalo, que este documento fue publicado el día 23 de Octubre en el Diario The Clinic : Especial de Parra, escrito por Luis Valentín Ferrada. >creo que trata un tema bonito, léanlo, para que vean. :-)]
La literatura chilena, como las demás expresiones de nuestra cultura, ha caminado a lo largo de todo un siglo por dos senderos diferentes, cuyos orígenes son muy distintos. Dos voces, dos registros, dos cursos de aguas, cruzan el campo del espíritu y el pensamiento nuestro: uno, el que proviene del viejo y humilde manantial campesino; otro, el burgués. El primero, árbol aparentemente sencillo y modesto pero de frutos abundantes y mayores; el segundo, el de follaje ampuloso que esconde, tras la publicitada apariencia de una frondosidad de gran verdura, la infertilidad de su poca savia.
Nicanor Parra en las letras, como Gabriela y Neruda y tantos otros de la galería de nuestros grandes, son todos frutos de nuestra vieja cultura campesina, la cenicienta casi siempre olvidada de nuestra cultura nacional, la escondida, la abandonada, aquella que ha sólido avergonzar durante largos trechos del camino nacional a la presuntuosa burguesía local que casi desde siempre y en todo se alimento de la copia menor del suceso extranjero.
¿A quien debe más el patrimonio cultural de la chilenidad al registro campesino o al burgués?...¿Quién sino el humilde mundo campesino rural le ha entregado a nuestra sociedad casi todos los nombres con que nos hemos presentado dignamente frente al mundo?...¿A qué chilenos se reconoce por todos partes, más allá de la cordillera, sino a aquellos que tuvieron entre nosotros el coraje de cantar casi siempre solos, desde el registro de nuestra ruralidad campesina, con los instrumentos de esa misma cultura intima nuestra?
El principal recado de Nicanor Parra es, creo yo, el haber demostrado sin reservas ni limites que a la cima de la poesía universal –y por lo mismo a todas las demás cimas que son por naturaleza menores- puede venirse con gloria por la cuesta agreste pero riquísima del antiguo registro campesino chileno. De la mano de él, como de la de sus antecesores en esta epopeya (porque luchar solos frente a la burguesía chilena y sus desprecios no fue nunca nada fácil ni muy alegre) la cenicienta chilena vuelve una y otra vez a los principales salones del mundo intelectual como la verdadera princesa de nuestra nacionalidad.
En tiempos de búsqueda de la identidad nacional perdida en el tupido matorral nacional perdida en el tupido matorral del comercio internacional y de sus groseras distorsiones que tanto afligen al alma de nuestros países de América, el canto del registro campesino chileno es como un curso de agua fresca y limpia donde uno puede confiadamente detenerse a calmar la sed que agobia.
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