Recuerdo cuando el jueves pasado mi Padre al llegar yo de la U tarde, inmediatamente me dice: “Llamó Pini”, “¿y qué dijo?”, Le respondí yo –Pini o Pinhas, Pini es su sobrenombre, es un buen amigo de mi hermano que además vivía cerca de nuestra casa, ahora vive en Israel, Judío de toda la vida, incluso su Padre murió en la guerra, vivió en Chile hasta hace unos años con su Madre y Hermanos.
“Qué mañana se va a la guerra”, respondió mi Padre. De inmediato yo, me sentí atravesado desde el corazón tomando mi alma con eso hasta la verticalidad de lo trascendente.
Y para aparentar un poco más de tranquilidad, le pregunte a mi Padre: “¿y cómo se encontraba?”. La respuesta de mi Padre fue que: “estaba enfermo de borracho”.
Después de este impactante dialogo con mi Padre, caí con la cabeza atrás succionada por el acolchado del sofá a pensar y a imaginar la dramática situación en la que se encontraba Pinhas.
Pensaba profundamente en la angustia de la invitación a la muerte que te daba tu destino ineludible. Pensaba en la noticia de que mañana saldrás al ataque y de que tu futuro nadie te lo puede asegurar. Pensaba en las ultimas horas de paz antes de salir a destruirlo todo y no ver nacer la vida hasta que esto termine.
También me imaginaba siendo Pinhas con otra decena de compatriotas celebrando los últimos instantes emborrachándome como si fuese mi ultima vez. Me imaginaba siendo Pinhas completamente ebrio con una pena desbordante, con un miedo casi viciado ya de tanta adrenalina de la situación que ya se asume, con un corazón latiéndome a mil llamando a Chile a sus viejos amigos con una sensación final de una talvez despedida.
Finalmente me imaginaba siendo nuevamente él, estando en un cuarto oscuro sintiéndome solo y completamente entregado, teniendo la conciencia también de que cuando se de la luz la muerte vendrá a buscarme.
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